I.
Hablo con gente [nueva en mi vida o que me conoce hace mucho] y descubro lo poco que saben de mí.
No sabían mucho desde antes y saben menos de mí ahora [o es mejor decir: de mi ahora].
... pero creen que saben... que ME saben…
Y que saben mejor que yo de este momento que atravieso.
Quizás es un buen momento para presentarme, para presentarme de nuevo. Así de inconclusa como me siento. Así de entera en cada fragmento.
Presentarme es de las etapas que más se me dificultan al iniciar el contacto con otra persona, me encantaría que, solamente con verme y conversar un rato, surgiera esa foto que necesita la otra persona para decir que te conoce, así sea un poco. Sí, quiero que me lean mi presencia como leen mis textos.
Pero no pasa. Hay que atravesar ese momento inicial en el cual muestras tus propias etiquetas: las que te pusieron y las que te impusiste durante el viaje.
Para hacer eso, en este momento, comienzo por el principio de quien-estoy-siendo. No, no es la única forma, podría saltarme esta parte de la historia pero quedaría un bache inmenso, no quedaría claro de qué me estaría reconstruyendo [si es que ese es el mejor nombre].
La cosa es que hace casi un año, un fenómeno me quebró en partecitas muy pequeñas que salieron disparadas por el aire. Si me has leído antes, sabes que lo llamo el tsunami [pero fue un poco más que eso].
Esta-que-estoy-siendo tuvo que aprender a hacer inventarios. Encontré ahí una forma de manejar la sensación de vacío de algunos momentos. Y presentarme es una forma de inventariar algo de lo que no estoy segura.
Voy.
II.
Al día de hoy: he recolectado algunos fragmentos, desechado los que estaban muy dañados, buscando intensamente algunos que creía importantes [y de los que ahora dudo] y otros ya dejé de buscarlos. También hay uno que sé que perdí.
Para saber qué hacer con cada parte, las miro profunda y genuinamente, doy un paso al lado de todas mis certezas anteriores y lo cuestiono: ¿esto me resulta útil ahora?.
Hago silencio.
Las voces no tardan en aparecer.
La voz de quien fui habla primero, la escucho, no la doy por cierta.
Las voces heridas también aparecen, las escucho, las abrazo, las reconozco.
La voz de quien estoy siendo aparece, tímidamente, con un tono que recién empiezo a reconocer, la escucho. Solamente eso.
Espero con ese fragmento de mí en mi mano. Algunos están siendo inclasificables.
¿Qué hago con esto que no sé dónde poner?
He comenzado a construir nuevas categorías. Mientras, el cajón de los misceláneos sin clasificar crece.
III.
Empecé a escribir sobre mis dones y la corriente me trae a los fragmentos.
¿Estarán ahí? ¿Mis dones estarán en ese cajón? ¿Son dones esos fragmentos? Es como cuando quieres arreglar una parte del placard y terminas limpiando las lamparitas.
Estoy limpiando las lamparitas y olvidando hablar de mis dones.
No es que no los vea. Siento que los veo. Siento que me sé. Solo me está costando contarlos y termino hablando de cualquier cosa. Termino diciendo cualquier cosa cuando lo que quiero decir es: tengo esto para dar.
¡Y no creas que no lo he hecho! Acabo de decirlo hace minutos y el otro no lo registró. Y andar tan pisciana y sin bordes hace que se sienta más.
Esto es un don-látigo. Sentirlo todo es un don-látigo y un don-espejo. Por ejemplo, ahora, te siento leerme.
¡Te siento leerme!
Volví al camino inicial. Escribir sobre mis dones. Y empezar con el más hermoso y cruel: sentir-como-siento. Sentirlo todo.
Un don que no puede ser fragmentado, que me atraviesa, que me hace estar en carne viva y que me conecta profundamente con TODO. El don de mis dones, me parece. Uno con el que peleé gran parte de mi vida, que sentía que me hacía muy diferente a las demás personas.
Hasta mi adolescencia no conseguí gente que sintiera “parecido” a como yo sentía. Y bueno, seguro era una ficción porque es imposible saber si hay espejo en lo que sentía o cómo lo sentía pero, por primera vez, resonaba con alguien. Alguien que, por primera vez, no sentía que lo que comunicaba era abrumador.
Es la primera vez que escribo sobre este momento en el que me sentí parte de algo. Esta otra cara de mi herida quironiana: saberse diferente y resentirlo al no sentirse parte. Cuando pienso en este momento, me aparece una persona en el recuerdo, alguien con quién conecté con solo verle, pero luego, aparecen un par de personas más con quienes sigo resonando hasta el día de hoy. Una primera tribu.
Si me preguntas cómo creo que siento, respondería sin pensarlo: “siento más que tú”. Luego lo pensaría un poco y me retractaría de esa respuesta infantil, de nena herida, porque no tengo manera de saberlo y diría: “siento muy intenso, todo me atraviesa”.
Todo me atraviesa. Nada pasa fuera de mí. El mundo entero dentro de mi piel.
¿Y dónde está el don de todo esto?
Sentir-como-siento me resulta abrumador. Un don puede ser abrumador.
Y si lo digo… si lo digo, muchas veces, me siento muy inadecuada. Sanar la herida, ahora, es no sentirme inadecuada. El don aparece cuando puedo sentirme en calma aunque no resuene con otras personas. Aunque mi forma de expresarme no reciba respuesta o que no sea la esperada.
El don aparece cuando habito la intensidad y dejo de esperar reciprocidad.
Parece que W tenía razón sobre la reciprocidad.
IV.
Nada de este proceso ha terminado. Sigo atravesándolo a cada minuto. Recién puedo mirar algunos fragmentos.
No sé de dónde salió la idea de presentarme y que todo lo que tengo para dar entre en un texto.
¡Si justo estoy ante a lo inabarcable!
Ayer me salió EL MUNDO en una tirada del Tarot [otro don escondido del que escribiré en algún momento] . Y sí, me siento completa aún con las partes que me faltan, las que están arruinadas, las que no me convencen.
La sensación de completitud apareció cuando sentí que lo perdí todo.
Y hago énfasis en sentí porque sé que perdí mucho pero no todo. No perdí sentir como siento, por ejemplo, gané una capa de más de profundidad y unas ganas inmensas de compartirlo con el mundo y decir, siento como siento y eso es un don.
(Texto del 22 de Abril de 2022)
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